El Militante nº2 «100 AÑOS DE LA SA» YA DISPONIBLE

EL MILITANTE – 100 AÑOS DE LA SA

Hoy, un nuevo credo político necesitaría de grandes sumas de capital para hacerse oír, amén de contar con la aquiescencia de los poderes económicos. No era así en la Alemania de entreguerras. Época convulsa y violenta, pero llena de oportunidades. Entonces la política se debatía en las calles, hervía en los barrios, y estaba abierta a un pueblo exasperado y combativo que padecía, con la derrota, paro, hambre y explotación. Era la época de los Freikorps y de los espartaquistas, un período de crisis insofocables en el que florecían golpes de estado en múltiples direcciones, cuando las salvajes extorsiones infringidas por las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial, servilmente aceptadas por los distintos gobiernos democráticos, asfixiaban al país y una inflación incontenible privaba de una esperanza de futuro a las clases trabajadoras.

En este escenario, las milicias de partido eran una necesidad para las fuerzas políticas de cualquier signo, tanto favorables al régimen, como contrarias a él. Y entre todas ellas destacaba, en fanatismo, número de efectivos y capacidad, el Frente Rojo (Roter Frontkämpferbund) del KPD, una guerrilla comunista, subordinada a la URSS, que controlaba suburbios y ciudades enteras sirviéndose de métodos propios de una organización mafiosa.

Cuando surgió el NSDAP, el Frente Rojo juró ahogar en sangre a la nueva Idea antes de que su voz pudiera llegar al pueblo trabajador. En este contexto nacieron las SA, unidades formadas por los más devotos militantes dedicadas a la defensa de los mítines y manifestaciones.

Pero ni el desesperado y despiadado terror callejero de los comunistas, ni la implacable represión que ejercían los poderes reaccionarios desde las instituciones, lograban detener el empuje de las fuerzas revolucionarias. Señalados, hostigados, apuñalados o tiroteados, los hombres de la SA no cedían en su misión y hacían llegar el NS a cada rincón de la nación, aún a costa de sus propias vidas. Bajo lluvias de botellas y adoquines, el canto de un sinfín de gargantas roncas irrumpía, alegre y disciplinado, uno tras otro, en los feudos rojos, conquistando a su paso el corazón de sus habitantes. El viejo y fallido sistema, podrido hasta el tuétano, se desmoronaba incapaz de contener el vigor de los batallones obreros de Hitler. A la par que el NSDAP iba tomando posiciones en el parlamento, los elementos más sanos y aguerridos de los movimientos socialistas del ayer se vestían por millones con la camisa parda del mañana ante la mirada colérica de un KPD que rabiaba y pataleaba, mientras menguaba inexorablemente y se debilitaba hasta presentar un aspecto cadavérico.

Un cuadro maravilloso se grabó entonces en las páginas de la historia: Millones de trabajadores avanzan sin oposición entre las maltrechas ruinas de una era. Portan el sol de un nuevo amanecer en sus banderas teñidas en sangre, el color de la tierra en sus camisas rasgadas en la batalla y heridas frescas junto a cicatrices polvorientas en sus rostros castigados por la fatiga. Muchos de los que empezaron la andadura marchan en espíritu en la formación, pero el ejemplo de cada uno de estos sacrificios anónimos ha atraído a miles de nuevos camaradas a ocupar su lugar en las filas nacionalsocialistas. Al son creciente de sus pasos, un pueblo ha despertado y hoy los ojos de las gentes sencillas, que abarrotan las calles de ciudades y aldeas, se velan en lágrimas mientras suman sus cantos al retumbar pletórico y definitivo del himno de la libertad. Es el 30 de enero de 1933 y la lucha ha concluido.

Rememorar hoy esta gesta de la SA, de sus héroes y mártires, es un deber que el honor nos reclama, pero también una necesidad que la lucha actual nos exige; no para emular su forma de combate, propia de un momento histórico muy distinto al nuestro, sino para inculcar en nuestra juventud el ideal socialista, humano y militante de estos soldados políticos que estuvieron dispuestos a entregarlo todo, sin esperar nada. Valor, disciplina, abnegación, propensión al sacrificio, camaradería, fidelidad y una apasionada vocación de servicio, fueron algunos de los rasgos más sobresalientes que elevaron al “hombre de la SA” a símbolo de la revolución NS.

La SA fue la coraza y el músculo del joven Movimiento, pero también su alma heroica y su sostén popular.

Hoy que impera el “deshonor estratégico”, la infame practica de traicionar la memoria de los héroes para lograr la aceptación del rebaño posmoderno, nosotros coreamos con convicción los versos que el camarada Wessel, mártir de la SA, selló con su propia sangre:

La bandera Siempre en Alto, (…) la esclavitud durará tan solo un poco más”.

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